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domingo, 17 de abril de 2011

Anocher de un día ajedrezado

Una noche mágica después de un largo día de ajedrez en la sede del CAB

Se viene el terremoto

¿Cómo era el ataque Traxler?

Voy a patentar esta defensa...

Chiva...chiva..

Medallas para los hermanos macana...

Huston,tenemos un problema

Acá también

Y acá, ni hablemos....

Hay dos problemas

Acá, todo en orden

Pregúntenle a Oscar si hay problemas, yo no sé...

Todos contra Oscar I

Todos contra Oscar II

Black is OK!

Fin de un día agitado





Un cuento


La última partida 

por GHS
 
La derrota de rodillas se ve más grande

J. de San Martín.

Hace ya muchos años que viene haciendo lo mismo. A determinada hora del día, arroja su pesado cuerpo sobre una silla, pone los codos sobre la mesa y espera que sus manos atajen su cabeza, armando una telaraña con sus dedos, para evitar que las ideas lo abandonen en esas horas. Ha hecho lo mismo durante años y hace años que intenta saber si es importante o no: algunas personas piensan que sí y por ello ha sido su profesión. 
Las pasiones que desataban comenzar con este ritual, el de arrojar su cuerpo sobre la silla, poner los codos sobre la mesa y con sus manos atajar su cabeza, se han apagado hace mucho tiempo y ha devenido en una actividad rutinaria y a veces pesada: descubrir la forma en que 32 maderas encajen de cierta forma en 64 cuadrados, mientras un tipo enfrente hace exactamente lo mismo pero para su provecho, es algo que ya dejó de tener algún contenido artístico o metafísico. Hace rato que cree haber entrado en la médula de todo y sabe que por la única razón por la que hace eso es por vanidad. Pura y simple vanidad. Vanidad alimentada al ver su nombre en los primeros lugares de la clasificación, vanidad que crece al verse en diarios, revistas y libros publicados en otros idiomas, vanidad al ver la cara de asombro de los aficionados tras las extrañas formas que describen sus piezas. Vanidad de hacer de un simple juego un medio de vida. Vanidad por donde se lo mire. Pero ya está cansado de todo: de los viajes, los unos, los ceros, los medios, las mesas, las sillas.

Decidió poner fin a todo esta farsa (porque eso es lo que realmente sentía), jugar su último torneo y luego largar todo. No le importa el futuro, porque está convencido de que no tuvo pasado. No lamenta haber consumido casi toda su vida en esta tarea, en todo caso sabe que algunas de sus partidas perdurarán y que en alguna computadora o libro un aficionado, reproducirá una de sus partidas y sus ideas se mantendrán vivas. Otra vez la vanidad se hace presente... Arroja un último suspiro y lanza su peón dama a lo que el destino le depare...

1.d4 Cf6 2.Cf3 g6 3.Ag5 Ag7 4.Cbd2 c5 5.e3 0-0 6.Ad3 d6 7.c3 Dc7 8.h3 Cc6 9.0-0 cxd4 10.exd4 Tb8 11.Te1 e5 12.Cf1 Te8 13.Cg3 h6 14.Axf6 Axf6 15.d5 Ce7 16.Ab5 Tf8 17.Ce4 Ag7 18.Db3 f5 19.Cg3 Rh7 20.Tad1 g5
 

De pronto se da cuenta que estuvo moviendo las piezas sin ningún sentido. Su rival, un joven prometedor, tampoco estuvo muy preciso y parece desconcentrado: piensa 1 o 2 minutos, juega y de vuelta a conversar con sus amigos. Tuvo ganas de ofrecer tablas e irse cuanto antes y terminar con todo, pero se daba cuenta que la ambición y la vanidad se lo impedían. No estaría mal darle una lección a este pibe, para que se siente sobre el tablero y deje de creer que jugar al ajedrez es mover las piezas y hablar en voz alta sobre la novedad teórica de X jugador, o lo malo qué es Y jugando finales o la suerte que tiene Z , porque está siempre perdido y consigue zafar. "No pibe- murmura-así no es el ajedrez... " La fatiga lo vuelve a vencer y cuando está a punto de jugar a4 y ofrecer tablas se arrepiente. Su rival no está en su silla, así que se imagina una situación incómoda: hacer 21.a4 (que ya no le gusta tanto) y esperar que el rival venga, se siente y lo escuche ofrecer tablas. No, no quiere pasar por esto: que se termine de otra forma, o gano o pierdo, qué importa?, piensa. Mira otra vez el tablero, o mejor dicho, mira por primera vez en esta partida el tablero. El reloj que marca que le resta 0:41 minutos contra 0:59 de su rival. Terminemos con esto, se dice en voz baja y juega: 
21.Cxe5 Axe5 22.Txe5 dxe5 23.d6 

La sala de juego cambia de clima. "Che, fulano sacrificó una torre" se escucha y de pronto se empieza a concentrar la gente sobre la mesa 4. "Y dá?" preguntan otros... mientras el joven prometedor deja de lado sus charlas y retuerce sobre su silla hasta el final de la partida. 
23...Dd8 24.d7 a6 25.De6

25...axb5 26.Td6 Cg8 27.Ch5 De7 28.Dg6+ Rh8 29.d8D Txd8 30.Txd8

 

30...Dh7 31.Df6+ 
Su rival abandona, mientras el público que se encontraba alrededor de la mesa, se retira del lugar alabando la partida del conductor de las blancas. En el reloj de las blancas quedaban aún 0:12 minutos, mientras que en el de las negras 0:04.

Al tiempo la prensa del ajedrez titularía: "La última partida de una joven promesa"